“Hola
nena, te escribo esto por si algún día lo lees. Ya es de madrugada otra vez. He
pasado varias horas cantando. Creo que seguiría cantando hasta que mi garganta
sangre y pierda la voz. Me siento vivo. Quizás lo hago mal, pero me gusta
hacerlo. Me gusta mejorar. La música es un medio de escape. Los días son menos
duros así. Creo que la mejor profesión que podría tener es la de soñador. Hoy
en día no dan ni un duro por los soñadores. Solo venden los realistas. Esos que
van a clases contentos por su futuro puesto de trabajo. ‘Estudia algo que pague
las cuentas’; ¿podré soportar una vida así? Es fácil pensar desde un
escritorio. No obstante, es difícil imaginarlo cuando estás en la cama, a las
tres de la mañana de un miércoles; sin poder dormir. ¿Qué sigue después? ¿Una
familia? ¿Trabajar para mantenerla? Muchas veces he pensado en suicidarme.
Creerás que es muy egocéntrico y megalómano de mi parte. Entiende, no soporto
la idea de ser nadie en la vida. Nadie importante. Un ser irreconocible. Mucha
gente se conforma con un buen empleo, un título, en formar una empresa, en
formar un hogar. Pero hay quienes hemos nacidos sedientos de grandeza, una ambición
que jamás podemos aplacar. Me siento enfermo con estos pensamientos, sé
ocultarlos bastante bien. Me gusta sincerarme contigo, últimamente no existe
mucha gente en quien confiar”.
Mis ojos se abrieron repentinamente. Sabía que estaba
sucediendo otra vez. Yo estaba parado en medio de un andén de metro al aire
libre. El cielo era de color azul oscuro sin ningún astro. Un par de postes
eran los únicos objetos que iluminaban el lugar. No tenía noción del tiempo.
Ignoraba si era el final de la tarde o el inicio del día. Miré a mí alrededor, estaba
solo. Caminé unos pasos con dirección a una estructura que, a mi parecer, era
la salida. De pronto, una fuerte voz estremeció el silencio del lugar.
- ¿Te encuentras bien?
Creía no tener compañía, pero allí estaba ella, parada al
otro lado de la vía. Alta, blanca, cabello castaño y con pecas. La he visto
alguna vez. No recuerdo dónde.
- Sí, creo. ¿Dónde estoy?- respondí poniendo mis manos cerca
de mi boca a modo de altavoz.
- No lo sé, ¿dónde te quedaste dormido?- la joven volvió a
preguntar imitando el gesto que hice con mis manos
- Creo que en mi habitación. Pero yo me refería a dónde me
encuentro aquí, “en este mundo”.
- Bueno en ese caso, tu estas en la estación Richmond del
metro de Sidney, Australia.
Me quedé atónito por un momento, y no fue
porque estaba a más de 14 mil kilómetros de casa. Yo tenía un amigo de la infancia,
Alex, que vivía desde hace muchos años en el país de los canguros. Cada vez que
podíamos nos comunicábamos, incluso él ha regresado unas cuantas veces a Perú
de visita. Hace un tiempo Alex me contó que salía con una chica bastante
peculiar que conoció en uno de sus trabajos. Me mostró algunas fotos de ella,
pero hasta la fecha no había tenido la oportunidad de conocerla más de lo que
las redes sociales permiten. Tampoco fue algo que me haya interesado. Empero,
ahora esta muchacha se encontraba allí, en medio de mis sueños. O tal vez yo
estaba en medio de los suyos.
- La verdad es que no sé qué hago aquí. ¿Me puedes ayudar?-
dije, usando una vez más mis manos como amplificadores de sonido.
- Claro, espera a que cruce- me respondió ella en voz alta.
La joven alzó su brazo hasta la altura del hombro, con la
mano completamente cerrada, formando un puño. Una esfera de luz se concentró
delante de ella, con el movimiento de su extremidad lo dirigió hasta la vía que
separaba nuestros andenes y al abrir repentinamente su mano, la bola se
extendió hasta formar un pequeño puente brillante, hecho solo de luz. Luego
ella lo cruzó caminando tranquilamente.
- ¿Cómo rayos has hecho eso?- pregunté, completamente
sorprendido por lo que acababa de ver.
- Es un truco que aprendí estando aquí- me respondió.
- ¿Yo también puedo hacer eso?- cuestioné una vez más.
- No lo sé, ¿lo has intentado antes?
Levanté mi puño derecho e hice presión. Mi brazo empezó a
temblar. No sucedió absolutamente nada. Ella me miró incrédula.
- Bueno, lo intenté- dije mientras bajaba mi brazo.
- Muchas cosas en este mundo solo son reflejos metafóricos
del mundo real- me dijo mientras concentraba una pequeña esfera de luz en su
dedo índice, para luego desvanecerla al mover su mano
- ¿Qué significado tiene la luz?- le pregunté.
- Cuando el sol no alumbre más, las personas con luz en el
alma serán quienes guíen a los demás en medio de las tinieblas- me respondió
mirándome fijamente.
- Eso sonó tenebroso.
- ¿Necesitas mi ayuda?
- Supongo que sí, nunca he estado aquí.
- Deberíamos ir al centro- sugirió ella.
- No es mala idea conocer esta ciudad.
- Subamos al metro.
- ¿Cuál...?
Giré mi cabeza y observé como un vagón de metro se acercaba
a la estación por la vía. Su velocidad fue disminuyendo hasta quedar totalmente
estático frente a nosotros. Las puertas abrieron de par en par. El interior era
oscuro, apenas podía distinguir los asientos. Ella subió y dio media vuelta.
Cerró los ojos unos instantes. Un aura ligeramente brillante envolvió su cuerpo
e iluminó parcialmente el vehículo. Luego volvió a abrir los ojos. Hizo un
gesto con la cabeza, indicándome que suba. Yo abordé el vagón. Las puertas se
cerraron a penas puse mis dos pies adentro. El metro empezó a avanzar. Nos
sentamos en unos asientos cercanos a una ventana. Ella mantenía el brillo en su
cuerpo. No lo demostré, pero seguía sorprendido por aquella habilidad. De
pronto, una interrogante surgió inesperadamente en mi cabeza.
- ¿Tú vives en este lado del mundo? ¿Verdad?- interrogué.
- Si, pero no en esta ciudad- me respondió con voz calmada.
- Pero sí en este país.
- Eso sí, ¿por qué?
- ¿Cómo es que hablas el español tan fluido?
- No busques mucha lógica a lo que sucede en este momento.
Estas soñando ¿lo recuerdas?
Se
aproximan mis exámenes parciales. Cada vez huelo más cerca el final de mi
carrera. Al fin.
Los dejo
con la banda australiana INXS y su canción “Never tears us apart”
Les
escribió Joss!
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