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Nicotina, alcohol y otros depresivos

"He estado aquí por horas, sólo persiguiendo estas palabras a través de la página"


You're my waterloo - The Libertines

No recuerdo muy bien cuando comenzó todo. Podría asegurar que se inició en secundaria, pero sería muy subjetivo. Puede que varios síntomas de mis primeros episodios fuertes de depresión, ocurridos entre los años 2005 y 2009, ya se estaban gestando desde mucho antes, y la enfermedad ya estaba en mi interior. Tal vez desde que iba en primaria, incluso en inicial, diversas señales se manifestaban en grados tan insignificantes que ni mis padres, ni yo suponíamos que podrían juntarse alguna vez y explotar. Tengo vagos recuerdos de alguna manifestación intensa. Quizás los hechos más fáciles de traer a mi memoria son: despedir a mi abuelita cuando tuve que irme a vivir a Caraz; un ataque de psicosis en una navidad de los primeros años de la década pasada; la de dejar abandonado a un cachorro enfermo a su suerte (dediqué un post a este episodio: Cachorro); la desaparición de mi primer perro; y algunos castigos físicos a los que fui sometido mientras vivía en Caraz. Cada uno de ellos me sumieron en una tristeza demasiado profunda, la cual demoró varias semanas en largarse, y así poder seguir con mi rutina de escolar de pulpín.  Podría mencionar también el proceso de adaptación por el cual tuve que pasar, al mudarme de una pequeña ciudad como Caraz (en la cual podía salir cada vez que se me daba la gana y tener aventuras por los bosques y caminos a las afueras de la ciudad); a una salvaje metrópoli como lo es Lima (en la cual en cada esquina puedes terminar con una bala entre los ojos). No obstante, sigo creyendo que todo alcanzó un grado mayor cuando aquí en la capital me enamoré por primera vez. Hasta entonces, el amor solo significaba para mí darse un par de picos y tomarse de la mano por cinco minutos. No existían más propósitos. Eso me volvía “mayor”. Me ponía en onda. Pero cuando aquella chica, en segundo de secundaria, se recostó en mi hombro mientras veíamos una película en casa de mi mejor amiga, supe que de alguna forma cambiaría mi vida por completo. Tal vez era muy joven para entender que en esa etapa de la vida el amor es intenso y fugaz, que solo dura un par de caricias y no un sueño completo como lo pensaba. Creo que era demasiado romántico. Pasé seis años enamorado de aquella chica, yo mantenía la esperanza de que alguna vez podríamos estar juntos. Esperaba que cada una de las historias que había soñado se cumplan de alguna forma. Pero nunca sucedió. Y ello trajo consecuencias mientras duraba el proceso de aceptar que no todas las cosas que uno sueña se harán realidad. En los picos más altos de mi enfermedad, llegué a recluirme en mi casa por meses (usando de excusa una eventual operación) mientras perdía a mis amistades más cercanas; mientras perdía la confianza en mis padres y me llenaba de resentimiento hacia ellos (quienes tal vez no entendían muy bien por lo que pasaba, y por ello me castigaron cuando una vez me puse maquillaje a los ojos para lucir más ‘dark’); mientras me lastimaba ingiriendo cantidades desbordantes de alcohol, nicotina al por mayor, drogas ilegales al por menor y cortes en mi piel (que ahora que lo pienso bien, ni siquiera sé en que ayudaban a parte de sentir un poco de dolor). Vaya que estaba hecho mierda. Recluido en una prisión mental propia, llorando y pataleando por las cosas que no hice y pensaba que debí hacer en su momento. Sin embargo, en aquella época no sentía maldad en mi ser a pesar de que estaba lleno de ira y decepción.

El tiempo pasó y al final las pastillas llegaron mediante un psiquiatra. Eso tal vez me ayudó un poco a buscar nuevas alternativas de distraer mi mente. Y pude continuar vivo hasta llegar a ingresar a una universidad (las ganas de acabar con mi vida se habían vuelto frecuentes). Pensé que al empezar a estudiar poco a poco los depresivos pensamientos se irían de mí. Pero cuando empecé mi carrera, lo único que sentí era que me había metido a convivir en una jaula de gente salvaje y superficial. Gente que solo había visto de lejos en algún evento o fiesta y prefería mantener alejada. Mi primer año universitario fue un desastre: notas hasta el culo, ponderado cagado y con riesgo de que me botaran de una patada de la facultad. ¿Ahora en que refugiarme? ¿En mis mejores amigos? La mayoría se había ido lejos. Estaba solo. ¿En la persona que aún amaba? Recuerdo cuando en una llamada, dicha persona dijo que estaba en un hotel teniendo sexo con su enamorado. No existían muchas cosas por las cuales luchar. Pero de alguna forma saqué fuerzas para superar los obstáculos académicos. Quizá la relación con alguien mayor que inicié por ese entonces me ayudó a envalentonarme y desahuevarme. Me volví en todo un hombre, quien tenía sexo a diario. ¿Qué más motivación que esa para dejar de ser un maldito depresivo? Es gracioso, pero ello hizo florecer mis más oscuras intenciones. Nunca me sentía satisfecho. Por el contrario, cada vez me sentía más vacío. Pasó bastante tiempo, en los cuales me creía un ‘latin lover’ cada vez que podía; hasta que me di cuenta que no era la culpa de mi personalidad heredada (la cual llamo la Maldición Tarazona); sino que era porque en realidad no sentía más allá de un cariño por las personas con las cuales estaba. Sentía que no podía dar todo de mí. Que si tenía que dar algún detalle lo hacía por obligación más que por amor. Era conveniencia pura: tú te sientes bien y me entregas lo mejor de ti; yo me siento mal pero al sentir que haces algo por mí me hace olvidar que mi vida es vacía. Aquello me daba remordimiento, pero sabía disimular muy bien, y también sabía disfrutarlo bien. Sin embargo, era inevitable caer poco a poco otra vez en la enfermedad que yo creía olvidada. Años y años, era lo mismo. Me dedicaba a llenar el socavón de mi vida con experiencias diversas; pero en vez de echar tierra para tapar dicho hoyo, solo lo llenaba de agua que eventualmente se evaporaba. Era una agridulce rutina.

Hasta que un día conocí a alguien que otra vez me hizo soñar. Como dicen por allí, las personas que cambian tu vida se presentan inesperadamente, sin que siquiera lo tengas pensado. Y fue así. Yo nunca pensé conocerla en esa clase. Nunca pensé hacer grupo con ella. Nunca pensé que tendríamos que hablarnos por un trabajo. Nunca pensé después de terminado el ciclo, mientras estaba en un viaje por Arequipa, volvería a hablar por mensajería con ella. Nunca pensé que en ese viaje tendría un sueño con ella, a quien en ese entonces conocía muy poco. Creí que todo quedaría allí, pero al comenzar un nuevo año y un nuevo ciclo, empecé a verla más seguido. ¡Joder! Era increíble verla sonreír, ver sus manos, sus ojos, sus gestos, escuchar su voz; su sola presencia me tranquilizaba y me permitía ver la vida menos gris, de forma más optimista. Rayos, me estaba enamorando de verdad, lo sabía. Pero el ciclo terminó, y los horarios y rutina me alejaron de ella casi por completo. Pensé que era lo mejor, pues me sentía tan manchado y atado a mi estilo de llevar el día a día, que sentí que lo único que haría sería causarle daño. Así pasaron los meses. Me conformaba con mi fútil vida. No niego que alguna vez me esforcé por sentir algo más por la persona con quien estaba; pero mi esfuerzo era en vano, no había nada en mi ser que me hiciera sentir algo más que cariño y costumbre. Era como una película que pasaba y yo solo era el tipo que la proyectaba en una pantalla blanca, aburrido esperando a que otra función empezara. Y empezó. Llegó el verano. Allí conocí a otra chica. Al principio pensé que solo sería una conquista más. Pero terminó por atraerme más de lo debido.  E inicié una relación paralela a la que ya tenía. Y otra vez, me limité a la experiencia inicial. La pasaba bien sin importar el daño que estaba causando. Todo era ajeno a mí. Era de piedra. Mi alma se tornaba más oscura cada vez que aquella chica me daba más poder y lograba liberar mi lado más cruel en nombre del placer. Y eso era en lo que pensaba. Sé que me quería de verdad y por ello me dio tanta autoridad. Me gustaba, me encantaba. Los meses pasaban y yo lo disfrutaba. Pero en el fondo, no era lo que buscaba. Era una lucha interna entre ser una mejor persona y hacer lo correcto, o seguir haciendo daño a la gente que me rodeaba pero pasándola bien. Algunas veces di manotazos de ahogado, tratando de finalizar toda relación que mantenía. Pero la costumbre ganó. Cada una de las cosas malas que hacía se volvían demonios que me atormentaban diariamente. Demonios con los cuales convivía y no deseaba luchar. No tenía motivación para hacerlo. Ninguna razón para acabar con toda la vida tan decadente que había creado…

Hasta que una sonrisa volvió a brillar en mi vida. Sí, era ella; quien por un tiempo me hizo soñar el año pasado. Hasta ese entonces, solo una eventual conversación nos conectaba, o ver algunas fotos nuevas de ella y sonreír. Solo eso. Pero volvimos a coincidir en una clase. Hablar mucho más con ella, ser más cercanos, conocerla y saber que piensa; me permitió crear una conexión mucho mayor, a tal punto que fue un chispazo para replantearme lo que venía haciendo hasta entonces. Sabía que no podía continuar haciendo daño, jugando con las personas como se me daba la gana; tener remordimiento, pero esconderlo en mi mochila y seguir caminando. No obstante, todas las malas decisiones me mantenían tan encadenado, que cualquier puerta de escape que veía era cerrada por más decisiones estúpidas que tomaba. Quería acabar dicho capítulo sin dañar a nadie, pero sabía que cambiar de vida tarde o temprano traería una gran explosión. Llegue a pensar que mi única salida era largarme a otro lugar y así empezar de nuevo. Pero no podía hacerlo a corto plazo, no soportaría hasta que se diera la oportunidad. Paralelamente, comenzaron fuertes conflictos entre mis padres; a tal punto que tuve que fungir de soporte de mi madre para que no cayera en una profunda depresión. Tal vez era un poco indiferente a lo que pasaba, pero mi lid personal me estaba ahogando y tenía que mostrar fortaleza y tranquilidad para que, a pesar los problemas, mis hermanos menores vieran que mis padres seguían bien y no a un punto en el cual hablaban de una posible separación.  Los días pasaron, y lo único que hacía era tratar de apaciguar las disputas de casa, pero sentía que mis fuerzas se acababan. Mi vida sentimental era un desastre y seguía siendo un tormento, a la vez que me enamoraba cada vez más de ella.

Recuerdo el día en el cual decidí acabar de una vez con mis demonios, esa mañana desperté de un sueño increíble, el cual terminaba con ella viéndome directamente a los ojos. Hubiera querido que ese sueño fuera eterno, pero era la realidad a la cual tenía que enfrentar. Creo que esa emoción de lograr un cambio opacó mi lucidez, olvidando que cada cambio es un proceso en el cual no me puedo saltear ni un solo paso; y de hacerlo, se pagarían caro las consecuencias. Lo olvidé, no lo pensé. Y lo que debió ser una pacífica retirada se convirtió (como lo había vaticinado) en una explosión que me impactó directo en la cara. Lo que debió ser una declaración de amor en un fin de semana soleado y cerca al mar, solo se convirtió en un día que no puedo olvidar. Las personas más cercanas a mí se enteraron de la doble vida que tenía, lo cual decepcionó a muchas personas; incluyendo a ella, quien optó por alejarse completamente. Y es allí donde una vez más me sumergí otra vez en depresión, esta vez más intensa; pues la culpa es un sentimiento que, si florece, te deteriora rápidamente el alma, los sentimientos, la motivación. Hubo un día en el cual me puse hasta las trancas, y tenía la determinación de acabar de una vez conmigo; pero quede inconsciente antes de causarme graves daños. Ese fue solo una de las tantas funciones de embriaguez que di. Después de asistir al psiquiatra y que este me recetara antidepresivos y ansiolíticos, la mayor parte de Septiembre me la pasé combinando mis pastillas con alcohol y nicotina. Solo así lograba lo que deseaba: no sentir nada. Dormir. Soñar. Una rutina que me trajo consecuencias académicas. Mis notas bajaron (ni siquiera di la mayoría de exámenes parciales), no asistía a clases. Pensaba en retirarme del ciclo. Otra noticia inesperada me impactó un tiempo después. Iba a ser papá. Rayos, no estaba preparado para ello. Menos de los ecos del pasado que intentaba dejar atrás. Al principio me alteró demasiado, dije muchas cosas duras a la madre del pequeño de las que me arrepiento, empero acepté que tenía una responsabilidad mayor y estaba dispuesto a asumirla.  A pesar de estos sucesos, poco a poco estabilicé mis emociones y traté de centrarme en lo que tenía que hacer para salvar el ciclo. Me ayudó mucho que ella me vuelva a hablar y a escuchar, con la condición que dejemos atrás septiembre. Y así fue. Septiembre nunca pasó. A veces era inevitable sacar a relucir mis sentimientos, pero tenía en claro que aquello solamente echaría por la borda la amistad que teníamos. Las semanas seguían pasando, yo procuraba tener una vida en paz: dejando atrás el pasado, asumiendo mí realidad, tratando de darme motivación y sin hacer daño a nadie más. Pero verdadera ‘paz’ era lo único que no encontraría. Un fin de semana, un mensaje me confirmó que el corazón del bebé había dejado de latir. Aquel día me sentí pésimo, tal vez porque, como muchos me dijeron, me había hecho la idea de ser padre; además de ver una ecografía que causó cariño incomprensible en mí. Las lágrimas se me salían de los ojos. No podía evitarlo, pero debía que seguir de pie. Solo para soportar la alteración que tuvo la madre del pequeño, lo cual hasta cierto punto comprendí porque tuvo una perdida grande, más que la mía. Empero, llevo su perturbación a otro nivel cuando empezó a culparme a mí de su pérdida, y también, sin ninguna razón, a ella. Hice lo posible para concluir de forma tranquila una etapa, pero no lo logré. No quise crear más conflictos. Sin importar lo que sucediera. Solo deseaba un poco de paz. Porque ya no daba para más. Mis problemas alcanzaron a ella también, lo cual era lo que menos deseaba. Una vez más se alejó. Entre las cosas que me duelen más está que personas que creo importantes se alejen cuando las necesito. Y en ese momento necesitaba que me digan que las cosas estarían bien, que existen nuevos horizontes. No obstante, a ella la entiendo; nadie quisiera verse envuelto en problemas ajenos. Desde un principio yo lo único que he provocado es caos en mi entorno y debo lidiar con eso. Al alejarse ella me dijo que no podía volver a algunas personas especiales. Yo no lo hago. La vida se encarga de darte personas por las que podrías dar todo de ti sin importar lo que pase. No lo planeas, y tu existencia puede cambiar drásticamente por la motivación que te dan. El silencio de las personas que crees especiales es incertidumbre pura, tanto como lo es el tiempo que  debes de esperar para que cada pieza tome un lugar correcto.

Aún debo de luchar contra mi último demonio, y es la enfermedad que yo me he provocado con cada mala decisión tomada. La ayuda profesional queda en segundo plano cuando debo ser quien tome las riendas. Eso trato de hacer. He estudiado para mis últimos exámenes soportando cada síntoma que se me ha presentado. La ansiedad está a la orden del día; la falta de ganas de realizar actividades que antes me gustaban me pone en serios aprietos cuando debo escribir o cantar; los pensamientos de no existir muchas veces me tumban en mi cama y me hacen despertar tiritando de frío, esto acompañado de la hipersomnia que me invade casi a diario; la dependencia a algún vicio; la falta de apetito; el llanto constante (sí, suelo ser un llorón); la prisión mental en la que muchas veces se convierte mi casa. ¡Maldición estoy hecho basura! Lo único que deseaba era cambiar de vida, a otra que no sea vacía, falsa. Solo quería ser una persona mejor. Pero de nada sirve quejarme, maldecir y patalear. Tampoco sirve tirarme a dormir, esperando que los sueños sean mi único hogar. Todo ya está hecho, debo tener resiliencia y fe de que mi realidad mejorará de alguna forma. Tal como me dijeron hace poco, cada una de las personas en este mundo debemos creer en algo y apoyarnos en ello, pues somos insignificantes ante los ojos del universo.

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Los dejo con You're my waterloo de The Libertines, sacado de su último disco Anthems for Doomed Youth (2015).

Les escribió Joss! quién tiene que soportar dos semanas más para acabar el ciclo.





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